Tienen una edad parecida, no se la he preguntado pero ambos pasan de los 85. Él conduce todavía, llega sólo cada tarde y tras aparcar en el recinto abre el maletero y saca una bolsa de plástico antes de entrar. Accede a la recepción y espera a que le bajen a su esposa. Ella reside en la segunda planta.
Está en silla de ruedas, siempre tiene la boca abierta, con los labios como escondidos y los carrillos hundidos. Su mirada perdida en el infinito y no tiene expresión en el rostro. él la conduce a la calle, hasta el banco del rincón, apartado del viento y las corrientes, continuamente le está hablando.
Nada más llegar lo primero que hace es besarla, abre su bolsa y tras colocarle un babero impermeable saca un batido proteínico que muy poco a poco le va dando. La evolución de la enfermedad le ha originado muchos problemas de deglución pero no importa, él no tiene prisa. continuamente la anima mientras le limpia alrededor de la boca con una toallita húmeda. Más de quince minutos le lleva la tarea.
Después saca de la bolsa una botellita de agua y un neceser, humecede el cepillo de dientes en agua y le limpia la boca despacio y muy detenidamente, como con temor a hacerle daño. Ella no entiende pero él le habla continuamente, le dice cosas bonitas, le cuenta...
Después se sienta en el banco, junto a ella, pegado a su silla, de vez en cuando le acaricia la cara, la tiene cogida de la mano mientras le habla, y así día tras día, uno tras otro, todos los días.
Puntualmente, a las siete menos cuarto la lleva de nuevo al interior, la conduce hasta la puerta del ascensor donde la recogerán para subirla de nuevo a la planta. La besa en la cara y se despide de ella hasta el día siguiente. Cuando se hacen cargo de ella sale con la bolsa de plástico en la mano, se monta en el coche y se va.
Y así cada día, uno tras otro, todos los días impartiendo lecciones de amor sin límite.
Día tras día.