Hoy molesta que se hable de ETA y el terrorismo nazionalista, eso ya pasó, no se pueden nombrar los ametrallamientos a bocajarro, los tiros en la nuca, las ejecuciones por la espalda al entrar o salir de casa, las bombas lapa, los secuestros, el impuesto "revolucionario" o la probada cobardía social vasca.
Hoy no se pueden recordar los homenajes pagados por los propios ayuntamientos a asesinos muertos en enfrentamientos con la policía o manejando sus propios explosivos, las homilías de odio desde el púlpito de la iglesia vasca, auténtica cómplice del terrorismo, la hipócrita justificación del "conflicto"" por parte del nazionalismo en sus mítines políticos.
No se puede meter el dedo en la llaga refiriéndose a los funerales a escondidas, lejanos y silenciados, a la vergüenza de tener que callar y pasar desapercibidos para que los gritos de dolor no les molesten, a la muerte sin honra ni honor, al terrible complejo de culpabilidad, al abandono social y no digamos institucional, a tener que ocultar la identidad para salvar la vida y proteger a tu familia de una segura ejecución.
No se pueden recordar a los niños asesinados sólo por ser hijos de quien eran, a los atentados contra los cuarteles de Zaragoza, Llodio o Vich, al de la Plaza de la República Dominicana, a Hipercor o cualquiera de tantos y tantos que durante los años 80 originaron un muerto cada día y medio.
No incordies, no recuerdes la sentencia a muerte de quienes defendieron con su vida el derecho a hoy poder opinar, de aquellos que tenían que llamar a casa después de cada atentado en la demarcación para tranquilizar a la familia, de los que a diario convivían con la posibilidad de morir reventado, de los que no tenían derecho a pensar y no digamos hablar.
Eso es historia pasada, eso sí, hoy, cuarenta y nueve años después de su muerte, tenemos a Franco hasta en la sopa.