sábado, 30 de enero de 2016

La botellita de leche.


Cuando era pequeño, en el colegio nos daban para beber cada tarde una botellita de leche, pero no leche de hostia a mano abierta con retroimpulso a media altura no, que también caían, sino leche... leche. Eran unas botellas para mí enormes que venían en una jaula metálica muy ruidosa, tanto que cuando las subía el conserje yo me tapaba los oídos para no ver. 
A lo que vamos, el caso es que cada una podía ser de un cuarto de litro o algo así, unas tenían un dibujito de una vaca en color azul y otras en rojo aunque yo nunca supe en dónde estaba la diferencia, las dos tenían idéntico grado de asquerosidad, recuerdo perfectamente la marca, Gurelesa y decíamos aquello de "Gamberros Unidos Reciben Excelente Leche y Exportan Sabrosa Agua", cosas de críos...
Yo odiaba (y odio) la leche, la de la botellita roja, la azul, la verde o la fucsia, da igual, no la puedo tomar, para mi es algo vomitivo, casi, casi tanto como votar a Pablo Iglesias y sin exagerar, bueno vale, no tanto, el caso es que ahora, pensando pensando, dudo si la leche no me gusta por su apestoso aroma y sabor o por que me la tenía que tomar si o si., lo que viene a ser... por cojones vamos...
Nunca me gustaron las cosas por que sí, "por cojones", el caso es que ahora y quizás por la edad, como que paso mucho de discutir gilipolleces con gilipollas, ahora es que me he vuelto así, que le vamos a hacer, paso y envido a que te mando a la mierda en coma tres, que me la bufas tronca, que no entro a rebatir tus estupideces, las cosas las veo como las miro y para mi son como son, vamos... como me sale de los cojones que sean. Éa.
Y ahora llámame fascista y eso payasa, uysss perdón, quería decir indigente intelectual, que suena más progresista.

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