jueves, 25 de mayo de 2017

Los garbanzos.


Mira que hay cosas desagradables pero pocas lo son tanto como el hígado, los garbanzos  y la leche.  Lo del hígado es que no puedo y punto, es vomitivo hasta el color, me supera y no hay forma, no me acerco al plato ni con mascarilla.
El tema de los garbanzos es un trauma de la niñez, aquellas interminables mañanas de los sábados haciendo los deberes en la mesa camilla de la cocina mientras a mi espalda, el "fiufiu" de la olla exprés despedía un insoportable pestazo a garbanzos marcó cada sábado de todas y cada una de las semanas que compusieron el año tras año de mi niñez, aquello me marcó para siempre y ahora me estoy vengando. Ni verlos.
Lo de la leche es otro cantar, la leche huele mal, tiene mal color y sabe peor y punto, todavía no me explico que cabrón pudo inventar la leche. En el colegio nos obligaban a tomar un botellín de "Gurelesa" cada tarde, las botellas tenían las letras de colores, roja o azul, y a mí como si me la pintaban de rosa, lo que me costó más de un varazo en la mano por parte de Don Pantaleón, además y es una constante en mi vida, basta que me obliguen ..., pues ahora por cojones va a ser que no.
Pues bien, todo el hígado, los garbanzos y la leche del mundo no llegan ni a la décima parte del insoportable hedor que me produce este hijo de la gran puta que dice que no se acuerda si aquel día mató o no . De éste si que quisiera yo poder vengarme y no de los garbanzos...

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